La pregunta más difícil



Leibniz, que creía que toda pregunta tiene una respuesta, escribió en 1714: «La primera pregunta que tenemos derecho a plantearnos es ¿por qué hay algo en vez de nada?»

Esta ha sido considerara por muchos la pregunta más difícil desde un punto de vista científico. Los filósofos no opinan igual, pero yo sí estoy de acuerdo: La naturaleza es propensa a economizar y, en ausencia de influencias externas, tiende a adoptar el estado de mínima energía. Si puede hacer algo de modo que gaste menos energía, ese será el modo elegido. Y parece claro que la nada es más económica que el "algo", de hecho, más económica que cualquier otra cosa.

Luego si partimos de un estado inicial en que no hay nada (lo cual a su vez está por ver) parecería antieconómico sacar algo de esa nada. Pero eso precisamente es lo que dicen físicos y cosmólogos en la actualidad.

A mí la cuestión me resulta intrigante. Y desde luego, no voy a hacer intervenir en mi discurso nada que suene ni remotamente a metafísico. La gente que se gana la vida hablando con los muertos tiene en mí un mal abogado.

Pero hay otra pregunta, para mí aun más intrigante y difícil, y no estoy seguro de que la Filosofía hable de ella claramente. Al menos yo no la he encontrado ni siquiera como enunciado. Voy a contar cuál es la que yo considero la pregunta difícil por excelencia, advirtiendo que todo son especulaciones sin más causa que el exceso de tiempo libre y la afirmación, creo que de Samuel Beckett —que hago extensiva a la escritura en general— y que dice: «…la literatura constituye “un pecado contra el silencio”… Escribir es un acto perfectamente inútil, que “surge de nuestra incapacidad para sentarnos en una habitación sin hacer nada"».

***

Hablando estrictamente desde mi punto de vista, la primera mitad del siglo XX fue bastante anodina: Yo no existía entonces y por lo tanto no viví en tiempo presente todos aquellos desastres. Todo lo que sé me lo contaron después. Los que tuvieron que vivirlos trataban luego de olvidar, a veces sin conseguirlo. Pero para mí fue un periodo bastante pacífico.

La no-existencia es una condición extraña: Es en cierto modo algo… aburrida, aunque con la ventaja innegable de la ausencia de sufrimientos y preocupaciones. Sólo en la vida real se puede llegar a apreciar "el placer gris que supone la mera ausencia de dolor", en palabras de Theodore Sturgeon. Pero en la no-existencia no hay glamour ni pasión, no es muy excitante, que digamos, aunque tiene su «aquél». Yo personalmente, la prefiero a la existencia, a pesar de todos los aderezos con que tratan de venderme a ésta última.

No existía.

Y luego, de pronto, sin razón aparente, ingresé en el estado de «ser que existe». Nací, en un lugar y tiempo concretos, que no sé por qué fueron así elegidos. Miré a mi alrededor y ví que me encontraba en una familia que no había escogido (podría haber sido peor, de acuerdo), un padre, una madre y un hermano. Todo ello en un entorno espacial (un país concreto, una región, un pueblo) y temporal (la segunda mitad del siglo XX) que podían perfectamente ser aleatorios, y preguntándome por qué yo, por qué allí, por qué entonces.

Llevaba sin existir desde los comienzos del Universo, qué digo, desde toda la Eternidad, y de pronto me veía metido en este cuerpo, mirando el mundo con estos ojos, encerrado en el interior de esta cabeza, repitiendo por qué, por qué.

Comentando con otras personas mi estupefacción ante este acontecimiento —empezar a existir— que para mí es el fenómeno natural más increíble que he presenciado, sus reacciones son casi ofensivas: Parece que les hagan gracia mis reflexiones, comentan que lo mismo que a mí le pasa a todo el mundo, que todos se hacen las mismas preguntas. Pero sé que no es cierto, que hay algo radicalmente falso en esa generalización con la que pretenden hacerme creer que mi caso es sólo uno más de una larga lista. Hay una diferencia, y esa diferencia es esencial: yo estoy aquí dentro, y todos los demás están ahí fuera.

Se puede argumentar que esa misma apreciación la hacen también todos los demás, pero les desafío a que me lo demuestren. Por lo que a mí respecta, el resto del mundo, personas incluídas, podría ser una alucinación o una simulación de buena calidad, llena de cuidados detalles.

Y persiste el hecho innegable de que mi situación, mi posición de observador es radicalmente distinta a la de cualquier otro, que es un mero objeto observado. Por mucho que éste me jure que a él le pasa lo mismo, reclamo mi derecho a dudar de sus palabras y de su existencia misma.

Esta líne
a de razonamiento es la que me llevó a la edad de seis años a pensar que yo era, por algún motivo inimaginable, un ser especial, diferente a los demás. Nunca lo dije a nadie (o quizá sí lo dije, pero no me hicieron mucho caso) y ya de mayor siempre me pareció que sería acusado de soberbia o de delirios paranoicos, por lo que me he acostumbrado a considerar que las cosas son así y no hay que darle más vueltas.

Pero aun hoy (y últimamente con más frecuencia) me veo preguntándome sobre el porqué de mi existencia aquí y ahora, y si habría alguna manera lógica de llegar a una explicación concluyente. Porque como ya he dicho, la metafísica no es lo mío: No creo que deba intentar explicar un problema bastante gordo con otro más gordo aún. Y me siento más cómodo cerca de un acelerador de protones que paseando por los jardines de la Academia, charlando con un filósofo barbudo sobre lo que es, lo que no es, y todo lo que hay en medio.

1 comentario:

  1. Joer... pues menos mal que no te gusta la metafísica...

    Y no te creo, no hay Físico que no esté interesado en ella. Al fin y al cabo un Físico, no es ni más ni menos que un 'filósofo de laboratorio'

    :))

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