O Fortuna




Sors salutis
et virtutis
michi nunc contraria
est affectus
et defectus
semper in angaria.


Hac in hora
sine mora
cordum pulsum tangite;
quod per sortem
sternit fortem,
mecum omnes plangite!


(Carmina Burana, O Fortuna, anónimo, manuscrito de Benediktbeuern, S XIII)


Desde que tenemos inteligencia, nos hemos acostumbrado a pensar que todo tiene una causa: De la causa se sigue un efecto; entonces todo evento debe ser efecto de algo. ¿O no?

El hombre del Paleolítico obtiene fuego con gran esfuerzo golpeando dos piedras. Un día ve un incendio forestal. En proporción, quien haya iniciado ese incendio debería ser infinitamente más poderoso que él, puesto que su fuego es incomparablemente mayor que la pequeña hoguera. Ya tenemos al Dios del Trueno. Él es quien inicia los incendios. Nada de ionización de la atmósfera ni de inversiones térmicas: es el Dios del Trueno quien lo hace. Y más nos vale estar a buenas con él, pues no es la primera vez que chamusca a alguno de la tribu con su rayo mortal.

Se cuenta en el evangelio de Juan que Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿Quién pecó éste o sus padres, para que haya nacido ciego?» La mentalidad judeo-cristiana cree que debía haber una causa para la ceguera de aquel hombre. Y en otras culturas sucede lo mismo: para el hindú, una desgracia es sólo el resultado del karma de vidas anteriores. Al parecer, para todos resulta demasiado inquietante pensar que las cosas ocurren por azar, sin una causa que las explique.

Einstein peleó toda su vida por demostrar la invalidez de la Mecánica Cuántica, que ironicamente, había contribuído a descubrir. Y es que, en lo más profundo de la materia, parece ser el azar quien decide: En un pedazo de material radioactivo, los núcleos atómicos fisionan espontáneamente, de tal modo que se puede predecir estadísticamente cuántos núcleos fisionarán al cabo de un cierto tiempo. Pero no hay ninguna fórmula que nos pueda decir por qué un núcleo en concreto fisiona en un momento dado y no en otro.

Esta idea repugnaba a Einstein, y le inducía a pensar que la Mecánica Cuántica era una teoría incompleta, que tenía que haber además causas ocultas: Dioses del Trueno.
Queremos saber qué va a pasar y cuándo. Y si no sabemos las causas, las inventaremos. Pero no soportamos la idea que parece estar en la raiz de la realidad: que en el fondo, es el azar quien dicta nuestro destino, Fortuna, Imperatrix mundi.