Fanfic


Jack Vettriano - The Singing Butler - 1992


Aparcó el coche descuidadamente junto a su bungalow y se bajó con el motor aun en marcha.

—Ponlo en aparcamiento— le grité. El coche empezó a deslizarse hacia atrás. Maniobré para situar mi coche detrás del suyo y frené a fondo. Bajé y entré en su coche. Puse la palanca en posición de aparcamiento, paré el motor y saqué la llave. Las cosas que se hacen al aparcar un coche si no se está tan borracho como lo estaba ella.

Según el tópico, cuando alguien ha bebido demasiado no encuentra la ranura de la llave de su casa, pero ella no era capaz de encontrar ni siquiera la puerta. Cogí la llave de su mano y abrí. Pasé su brazo sobre mi hombro y la sostuve para que no tropezase. La dejé momentáneamente en pie en el centro de la sala.

—Estoy perfectamente. Me voy a la cama— dijo atropelladamente. Y de inmediato entró al cuarto de baño, cayó de rodillas ante el inodoro, ambas manos en la cisterna, y arrojó todo lo que llevaba en el estómago. Fui hasta ella y le recogí el pelo para que no se manchara mientras asistía a sus dolorosos espasmos cuando no había ya nada más que expulsar. La parte del observador que habita en mi cerebro contemplaba la escena con curiosidad. ¿Puede una situación enternecerle a uno hasta las lágrimas y resultar a la vez repugnante? La respuesta es que sí.

—Gracias caballero. Y ahora tiene usted mi permiso para retirarse— dijo citando a Audrey Hepburn en Roman Holiday. Pero lo que hice fue arrastrarla hasta el lavabo y obligarle a enjuagarse la boca. Le pasé una esponja con agua fría por la cara y el cuello, le hice que dejara las manos bajo el grifo. Estaba un poco más calmada.

—Gracias. De verdad estoy bien. Me voy a la cama.
—Ni hablar, te vas a marear. Ven, siéntate.

La llevé como buenamente pude hasta el sofá esquinero. Se dejó caer pesadamente. Traje una botella de agua, el mugriento edredón de su cama, almohadones, le puse uno detrás de la nuca. Le quité las absurdas sandalias de pedrería, nunca ha tenido buen gusto para los zapatos, oh dios mío, parezco un perfecto gay. Le puse los pies sobre la mesita, apoyados en un cojín. La cubrí con el edredón, sujetándolo tras los hombros para que no se quedase fría al avanzar la madrugada. Apagué todas las luces excepto la pequeña lámpara azul de la esquina. Cerré bien las cortinas de loneta.


De pronto dio un respingo:

—¡Tengo una audición mañana!
—No te preocupes, yo te despertaré. Tú intenta dormir.
—¿Quieres ser mi agente? Serías un buen agente…
—Mañana lo hablamos. Tú duerme.


Puse la alarma en el móvil y me senté a un metro de ella. Apoyé la cabeza en el respaldo del sofá y encogí las piernas. Me cubrí como pude con la manta escocesa que estaba tirada por allí. La miré. Tenía el rostro vuelto hacia mí. En la penumbra pude ver que tenía los ojos abiertos. Sacó una mano por debajo del edredón y me la extendió. La cogí. Estaba helada.

Gracias— dijo con voz apenas audible.
—Los buenos agentes cuidan su mercancía.


Sonrió cansadamente y al poco sus ojos estaban ya cerrados. Respiraba agitadamente y a ratos roncaba como creo yo que lo hacen los leones marinos de la Patagonia. Me sentía exhausto y frío. Vaya noche. Un gilipollas total. Born to be friendzoned.


*     *     *


Cuando desperté entraba el sol por todas las rendijas de todas las ventanas de la cabaña. Estaba entumecido y helado. Miré a mi lado y sólo vi el edredón tirado de cualquier forma. Olía a café recién hecho. Y en medio de la sala estaba ella.

En pie, las manos en las caderas, mirándome seria e inmóvil. No había oído la ducha pero estaba maquillada, el pelo como una fuente dorada, recogido en lo alto con un coletero, el sweatshirt azul marino con el collar metálico azteca, un anillo de plata en cada dedo medio, los vaqueros cortos y las botas negras de media caña y medio tacón (¿he dicho ya que no tenía gusto para los zapatos?).

Estaba radiante como el primer día que la vi, dressed to kill, ciertamente no para la alfombra roja, pero completamente Atenea Partenos.

—Me voy o llegaré tarde a la audición. Puedes quedarte. Cierra de golpe.
—No, no, voy contigo. Iré delante. Si no te vas a comer todos los stop.


Me tragué media taza de café demasiado caliente, sin azúcar, sin nada. Salimos apresuradamente. Arranqué mi Chevrolet, el pickup que ella llamaba sarcásticamente el "carro de frijoles". Ella cogió su Volkswagen escarabajo, se puso las enormes gafas de espejo y arrancó.

—¿Estás para conducir?— le grité.

Como respuesta me enseñó el dedo medio. Esperó a que yo saliera y me siguió.

Enfilamos Echo Park hacia abajo, yo levantando el pie en cada cruce, hasta que nos topamos con el primer parón. Previsible. La hora de los atascos.

Miré por el retrovisor. Estaba ahí detrás. Levanté la mano y le hice el saludo vulcaniano. Respondió con el mismo saludo, inclinando la cabeza a un lado y sonriendo, su gesto característico, escondida tras las gafas.

Encendí la radio y empezó a sonar Elizabethan Serenade. Sentí un extraño calor en el estómago y descubrí con sorpresa que tenía los ojos llenos de lágrimas. Tendría que pasar mucho tiempo, años, hasta que descubriera que era sólo felicidad, uno de los raros momentos que nos son concedidos en que todo parece encajar, y quisiéramos que el tiempo quedara ahí congelado para siempre.

Continuamos por Alvarado hacia MacArthur Park, con el tráfico ya más ligero, y cuando menos lo esperaba, me hizo su despedida habitual, dos destellos de los faros del coche, plop-plop, fuck you. Y salió a toda velocidad por el desvío hacia Santa Monica Freeway.

Fue la última vez que la vi con vida.


*     *     *


De vez en cuando subo al Observatorio Griffith y me quedo en el parking escuchando Elizabethan Serenade mientras el sol se oculta en el océano. Los astrofísicos del planetario cuentan que el espacio-tiempo no es un tapiz continuo, que tiene jirones y rotos, pero también frunces y recosidos, atajos que podrían conectar áreas distantes en el tiempo, en el espacio. Pero yo no lo creo, creo que son sólo especulaciones ociosas de los científicos. Lo que se ha ido, se ha ido para siempre y no volverá.

And after all the loves of my life
Oh, after all the loves of my life
I'll be thinking of you — and wondering why.


(Jimmy Webb, MacArthur Park)



6 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, y ya está :p

    Aparte de esto, como anécdota ad hoc, te contaré que mi padre un día ayudó a una vecina, que iba como tu personaje, a abrir la puerta de su casa; y no es que ella no encontrara la puerta, es que pretendía abrirla con lo que creía que era la llave y en realidad era un cigarrillo.

    Ah, y a mí me gustaría que fueran verdad esas "especulaciones ociosas de los científicos".

    Saludos.

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    1. Cuando era fumador solía confundir los cigarrillos con los bolígrafos. Y los ceniceros con las tazas de café. Y todo ello estando sobrio.

      A todos nos gustaría que esas especulaciones fueran ciertas. No sé cuántas pérdidas podemos soportar antes de volvernos escépticos.

      Siempre agradecido. Saludos.

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  2. Jo..., *Entangled*, no sé por qué pero desde el principio intuía cual iba a ser el final... Sé también de esos "raros momentos", instantes afortunados que quisiéramos que duraran para siempre, pero, ay, el tiempo suele moverse a su manera, muchas veces vertiginosamente y en direcciones contrarias a nuestro deseo. Sin embargo, soy de los ilusos que creen en que ese tapiz tiene sus discontinuidades. Y no es sólo algo que ahora cuenten los astrofísicos, sino algo ya aceptado por antiguas sabidurías orientales, como la china o la hindú. ¿Verdad o simple ilusión? ¿Ciencia o mitología? Sólo lo sabremos cuando crucemos la última frontera (si es que entonces nos es factible saber algo, claro). Los sueños nos indican a veces que es, efectivamente, de ese modo. El problema es que no podemos saber de qué están hechos los sueños... Si son simples tejidos confeccionados a instancia de nuestros deseos o atisbos de una realidad que escapa a nuestra conciencia. El velo de Isis es muy tupido y denso. Según el doctor Freud se trataría ese asunto sólo de una "patraña", de una fantasmagoría correspondiente a ciertas represiones inconfesables, y según su en principio amigo, el doctor Jung, de otras "posibles realidades"... Lo que me cuesta creer es que el asunto se reduzca a meras "especulaciones ociosas" de los astrofísicos. No es dada esa gente a perder el tiempo, y cuando abre la boca siempre es por algo, nunca de forma gratuita... De manera que cabe la posibilidad de que lo que se ha ido no se haya marchado definitivamente y que regrese algún día. Quizá, incluso, que esté ahora mismo presente en alguno de esos pliegues, jirones o frunces del espacio-tiempo.

    Por cierto, me ha hecho gracia lo del saludo vulcaniano, jeje (solía usarlo a menudo hace algunos años con la que era entonces mi compañera). Y ahora ya me doy permiso para retirarme. Discúlpame, por favor, si me he extendido más de la cuenta. Gracias por tan buen relato, *Entangled*, que he disfrutado, a pesar de su tristeza. Un saludo.

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    1. ¿Intuías cuál iba a ser el final? Decía Orson Welles que «a happy ending depends on where you stop your story». Pero si corto el final, por ejemplo, no quedaría historia desde el punto de vista literario. La existencia de la historia depende de que acabe como lo hace. O así lo entiende mi modo de escribir relatos. El problema es que la vida real no suele ser literaria. La mayoría de las biografías, contadas como relato, serían un coñazo. Afortunadamente —añado— porque tener una vida literaria no suele ser nada agradable.

      Quizá interpretas como una exposición de mi filosofía de la vida lo que es sólo una ficción. Si te conmueve, entonces es un relato conseguido. No hace falta que ni tú ni yo estemos de acuerdo con los protagonistas o con sus preocupaciones. Es una ficción. Aunque como dije hace poco, un relato debe ser algo visceral, debe contener algo de realidad vivida para ser creíble, para que nos golpee —esa es la palabra— como lo hace la propia vida.

      Gracias por la lectura. Tus pertinentes comentarios, largos o cortos, son siempre bienvenidos. De momento Blogger no nos cobra por el espacio ocupado.

      Larga vida y prosperidad

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  3. Las historias inacabadas, por finalizadas antes de tiempo de forma traumática, como parece aquí... tienden a convertirse en 'perfectas'. El mundo de la posibilidad, acostumbra a ser a nuestra satisfacción y voluntad.

    Nunca sabremos, (yo por lo menos) si porque lo fueron/son... o porque no les dio tiempo a 'estropearse'. De todas formas, y como dice la canción, 'nunca más volveremos a tener esa receta'. :)

    Bello!

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    1. ¿Es una crueldad liquidar a un personaje con fines literarios? Yo también estoy enamorado de ella —a fin de cuentas es mi creación, mi Galatea— y tuve mis dudas. Pero el protagonista había perdido la partida antes de empezarla. Y había que cerrar el círculo. Y con MacArthur Park insinuado en el fondo. Creo que lo has captado a la perfección.

      Saludos y reverencias.

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