Entre l’être et le néant




Les étoiles, si on les regarde fixement, émettent une clarté vacillante, discontinue, et cette lumière nous arrive longtemps après leur mort. C’est une lumière qui doute d’elle-même, et ce mystérieux tremblement, cette hésitation entre l’être et le néant, nous captive. Telle était Françoise Dorléac. A la fois timide et audacieuse. Les gestes abrupts mais une souplesse d’algue. L’extravagance mais aussi les tourments secrets. Légère, éblouissante et le regard quelquefois triste. On n’était jamais sûr de bien connaître son visage. Tout en contrastes, en inquiétudes, de celles qui font le scintillement des étoiles.

(Patrick Modiano, Elle s'appelait Françoise…)


Hace no mucho, en una gélida mañana parisina, fui a parar con unos conocidos al restaurante "Charlot, roi des coquillages", en el Boulevard de Clichy. Había leído en alguna parte que, décadas atrás, se la solía ver a veces por allí, aunque, siendo persona de poco comer, supongo que picoteando sin mucho entusiasmo.

La veo con aquel vano intento de ocultar su rostro con el pelo, con el maquillaje, con las manos, bajo el ala del sombrero, queriendo a un tiempo mostrarse y esconderse, como los niños; veo esos movimientos cortados, esa economía de gestos, ese modo de apartarse la melena lacia que le cae por la sien, echar el pelo tras el hombro y pasar la mano despacio por la bufanda azul y quedarse tan inmóvil; veo esa seriedad y luego esa sonrisa breve, que surge inesperadamente, fugaz, como quien sonríe para sí recordando algo, la sonrisa que nunca llega a los ojos, los ojos que están siempre más allá de los pensamientos.

Veo esa forma lejana de mirar, de echar los hombros hacia atrás, alzar el rostro y entornar los ojos, esa mirada de persona desconocida, esa mirada hacia la gente como si no la viese, como si no estuviesen allí, como suelen hacerlo los miopes; veo esa figura pausada, tratando de contener la vitalidad todavía adolescente; el gesto de defensa apenas insinuado al ser contemplada, como si cada vez fuese la primera que su imagen se muestra a la mirada ajena; todo ese miedo y ese desafío…

Miré a la calle desde la ventana de nuestra mesa, en el primer piso. El bulevar azotado por la nieve, los estoicos viandantes avanzando contra la ventisca. El interior, cálido aunque algo recargado de decoración, con las mesas apiñadas, como todo restaurante parisino, era seguramente el paisaje que ella vería con mirada casual en el pasado. Y me vino una idea extraña. El número de átomos que hay en un volumen pequeño como el del altillo del restaurante, es increíblemente elevado. Tanto que, estadísticamente, alguno de los átomos que ella apartó a su paso, o que incluso formaron parte de su envoltura material, estaban aun presentes ahora en aquella estancia, y yo podía tocarlos, respirarlos… ¿Es eso lo que llamamos un fantasma? Si es así, no quisiera espantarte. Me moveré con cautela, como ante un animalillo asustadizo. Quédate, no te vayas, este viejo ectoplasma que ves, está aquí también sólo de paso, es sólo mi cuerpo cansado después de un largo viaje…